Jugábamos al escondite como si fuésemos el Sol y la Luna. Tú querías bailar bajo el manto estrellado y pedir deseos a las luciérnagas como si fuesen estrellas fugaces. Yo prefería sentir una cálida caricia en los párpados al despertar. Querías perderte entre las sombras y luces nocturnas de las ciudades, decías que ahí radicaba la belleza de las cosas, en los contrastes. Pero yo prefería ver las cosas a contra luz, viendo solo su mejor perfil, imaginándome cómo sería.
Cuando yo decía Sur, tú decías Norte. Y así, sin pensar ni saber bien cómo, trastocamos la brújula que nos guiaba para encontrarnos en un mar de besos a media luz y palabras susurradas bajo las sábanas. Jugábamos sin importarnos las reglas, como náufragos perdidos que no quieren ser rescatados. Éramos un choque entre el verano y el invierno en pleno abril, como una furiosa tormenta en el desierto. Pero, sin duda alguna, éramos el mejor desastre natural.