viernes, 22 de julio de 2016

Viviremos con el miedo en el cuerpo

Es curioso cómo las personas que más quieres pueden ser las que más daño te hagan. Supongo que es porque esas personas te conocen, pero no como te puede conocer cualquiera, sino que te conocen de verdad. Saben qué es lo que te gusta, las cosas que no soportas, tus sueños y pesadillas, tus debilidades. Lo saben todo de ti, bueno, casi todo. Porque a veces no compartes todo de ti, aunque quieras. ¿Sabes por qué haces eso? No, no es porque no tengas suficiente confianza en esa persona como para no decírselo. Tampoco es porque te avergüences de ello. Es porque quieres tener un as bajo la manga, sí, un as. Porque has aprendido a no compartir todo de ti porque ya lo hiciste y no salió bien, por eso ahora no te muestras entero. Solo una parte casi completa de ti. Porque esa pequeña pieza que te guardas puede destruirte y sabes que, si la comportes y te equivocas, esa persona no dudará en destruirte. Y aquí estás tú, mostrándote (casi) entero al mundo, pero viviendo a medias, viviendo con miedo porque esperas que el golpe llegue, pero no llega. La pregunta es, ¿llegará algún día el golpe o viviremos con el miedo en el cuerpo?

jueves, 7 de julio de 2016

Otra grieta en el corazón

-¿Sabes lo que más me gusta de ti? Que no tienes miedo a nada.
Él exhaló el humo del cigarrillo y pequeñas volutas se formaron a nuestro alrededor, creando una atmósfera única donde nosotros éramos solo nosotros.
- Todos tenemos miedo a algo, incluso yo.
Debí poner una cara rara porque soltó una carcajada, una de esas que hace que me tiemblen todos los huesos del cuerpo y que me cueste respirar. Esas eran las mejores, las inesperadas, las que cuando llegaban causaban un terremoto a nuestro alrededor. Y yo me había ganado una de esas escasas carcajadas. 
- ¿En serio? Siempre parece que lo tienes todo bajo control.
Él me miró con esos ojos verdes que parecían leer mi alma. Sentí como el tiempo se detenía entre nosotros. Sabía que debía apartar la mirada, sabía que debía hacerlo porque si seguíamos así iba a terminar ardiendo.
- Hay cosas que se escapan a mi control - lo dijo con una voz ronca que erizó mi columna vertebral.
Iba a responder algo sobre que es un controlador obsesivo cuando sonó mi móvil. Al ver la pantalla una estúpida sonrisa se pintó en mis labios. Cuando alcé la vista, él esquivó la mía. Si hubiese prestado más atención en ese momento, habría oído como otra grieta se formaba en su corazón, pero yo estaba sorda y él, mudo.